DIÁLOGOS
INFERNALES
Rosas, Dr. Jekyll, Castel, Raskolnikov y
Meursault se encuentran para hablar de
sus crímenes en una caverna del Hades.
Es el despacho infernal del Restaurador,
y un cuadro de él con la banda de
gobernador de Buenos Aires está clavado
en la roca delante de su escritorio.
Raskolnikov, acongojado y enrojeciendo,
amilanado ante un hombre tan importante,
camina nervioso por el cuarto. Meursault
se sienta con completa indiferencia y
juega distraído con un alfiler que
levantó del suelo. Castel mira con odio
a Don Juan Manuel y a la pompa con que
se adorna incluso en el más allá, y el
doctor Jekyll susurra al oído del
pintor lo bien que le vendría adoptar
una actitud más serena después de
muerto.
Rosas: Señores, me honráis con
vuestra presencia, y dado que tenemos
todos la eternidad por delante, quiero
que, en amena conversación, podamos
cada uno rememorar nuestras hazañas en
la Tierra, no con el fin de enmendarlas,
que ya es tarde, sino de entretener el
paso infinito de las horas muertas que
nos enfrentan con un tedio interminable.
Castel: No alcanzaría siquiera
la eternidad si usted hiciera una
enumeración somera de sus asesinatos y
maldades. Sería necesaria una eternidad
aún más larga.
Rosas: Veo que ha creído las
calumnias de mis enemigos, en especial
del resentido Faustino Sarmiento, pero sé
que usted es un hombre inteligente y que
verá también las cosas desde la
perspectiva que yo le brinde.
Rodion: Querer entretenerse
enumerando maldad, eso le pinta a usted
de cuerpo entero. En cuanto a mí, me
bastó el desvarío en el que caí luego
de mi único crimen para escarmentar
para siempre.
Rosas: Es que usted, querido
Rodion, no es realmente el hombre para
los acontecimientos que le tocaron
vivir. A usted le faltó grandeza para
soportar sus actos con coraje. Usted,
que se creía una suerte de superhombre,
resultó después una especie de
lauchilla asustada por sus pequeños
deslices sanguinarios.
Castel: Es claro que de los que
estamos, solamente usted, Restaurador,
tuvo vocación de criminal y se sintió
a gusto bañando de sangre la patria.
El resto somos nada más que pobres
diablos puestos en circunstancias
extremas, perdidos en la fragilidad de
nuestras pobres mentes.
Jekyll: Tengo que disentir de
usted, Castel. Después de larguísimas
deambulaciones por estas cavernas, no
puedo menos que encontrar similitudes
entre mi persona y la del Restaurador.
Yo también, yo más que nadie disfruté
del poder de mi parte salvaje. Por
supuesto que sin tolerarla en mi forma
actual. Pero no tenga duda de que Mr.
Hyde triunfó sobre esta falsedad que
era Jekyll.
Rosas: Además, usted también es
un colega en lo del crimen político;
recuerdo aquel episodio del
parlamentario inglés en el que usted le
atacaba con su bastón... admirable,
admirable (se ríe entre dientes).
Jekyll: Evíteme ese recuerdo, se
lo pido, pues seguramente también usted
querrá evitar hablar de un tal Facundo
Quiroga (mira de reojo a Rosas).
Rosas: (tosiendo) De su muerte
también se me acusa.
Castel: (irónico) Sin motivo,
seguramente.
Rosas: (grave) Han tejido sobre mí
una leyenda negra, y no hay forma de
defenderse de las habladurías del
populacho inculto de la pampa.
Rodion: No sólo del de las
pampas, señor Restaurador. Créame que
la charlatanería del pueblo es
siniestra en todas partes, aunque yo
pueda referirle sólo lo de San
Petesburgo y Moscú.
Rosas: Usted, mi amigo, cometió
un solo delito en el mundo, y es el de
habérselo tomado demasiado en serio. Dígame,
si no, qué eran esas caminatas que hacía
como enloquecido por la ciudad. ¿Qué
es eso de pasearse como loco por San
Petesburgo, pensando todo el tiempo
rarezas y locuras? Créame, a usted le
haría bien la pampa, cabalgar al sol,
matar una vaca y asarla sobre los
campos. Su pueblo enloqueció con tanta
nieve y tanta sopa de papas que parece
barro.
Rodion: Aunque parezca increíble,
es cierto lo que dice. Quién sabe las
cosas que pueden evitarse si uno
desayuna todos los días y se broncea al
aire libre. ¿Usted vio lo que era
aquella buhardilla en la que vivía?
Castel: Y lo que era esa vida
suya, siempre al borde de la enfermedad.
Jekyll: Como médico, coincido,
el aire malsano de San Petesburgo y una
alimentación deficiente pueden
producir, sin duda, enfermedad mental.
Rosas: Pero, además, toda esa
filosofía, hombre, todo ese desvarío
de lecturas. Como para no perder la
cabeza con tanto libro. Por eso le digo,
m' hijo, tómese la madrugada para
cabalgar, como lo hacía yo, a rienda
suelta por los campos. Eso a uno le hace
sentir hombre de veras.
Castel: También le hizo sentir a
usted hombre de veras el mandar a
degollar a cualquiera que no se pusiera
la cinta colorada con su escudo; mandar
a untar el pelo de jovencitas en brea
por sus mazorqueros, por no haber dado
con ganas el "viva el
Restaurador". Usted no es igual que
nosotros, don Rosas, usted es el único
con vocación de homicida, para usted el
asesinato es simplemente una acción política,
sacarse de encima un rival.
Rosas: Debería usted haber
vivido en esos tiempos, mi amigo, en que
se pelaba a lanza y a cuchillo, en que
se disciplinaba a la peonada sólo por
saber manejar mejor el facón y ser
mejor jinete. Usted, con esa pretensión
intelectualoide, es el producto enfermo
de las ideas europeas, usted tiene el
mismo mal que Raskolnikov y que aquél
(señala a Meursault, que sigue
arrinconado). No saben para qué viven,
ni cuál es el sentido de lo que hacen,
no tienen noción de sus capacidades,
tan encerrados en ustedes mismos, y en
sus timideces y pensamientos enroscados.
Yo fui el mejor jinete de la pampa, yo
fui el caudillo más astuto, y maté
para que no me mataran. Yo fui un
hombre, y ustedes fueron sólo
caviladores insensatos.
Rodion: No coincido con eso,
Restaurador; créame que no era hombre,
pero lo fui cuando experimenté esa
culpa extrema por mi homicidio. Allí
tomé conciencia de mi humanidad, de mi
compromiso con el prójimo.
Rosas: Bobadas, bobadas. Le digo
que tienen el mal europeo, la peste que
propagaron mis enemigos, el canalla de
Sarmiento, Rivadavia y tantos más.
Llenarse la boca hablando de civilización,
llenarse la boca con la cultura y el espíritu.
Así les enfermó a ustedes el hecho de
creerse por encima de cualquier hombre
por tener nada más que algunas ideas
bonitas.
Jekyll: Don Rosas habla con
sabiduría. Yo mismo veo ahora con
claridad la enorme falsedad que fue mi
vida como Jekyll y la enorme liberación
que representó la aparición de Hyde.
La civilización, mis veladas culturales
a la luz de la chimenea tomando el té,
todo eso era lo que me enfermaba. Mi
vida estaba más bien en los arrabales
de Londres y en el vértigo de la
violencia sin límites. Hyde estaba
enfermo de Jekyll, y no al revés. El
monstruo era el elegante doctor y no el
asesino salvaje que liberé con mi pócima.
Rodion: Jekyll no pudo contener a
Hyde, pues le faltó amor por la
humanidad, amor por el bien y la pureza.
Usted no pudo superar la duplicidad, la
convivencia de fuerzas antagónicas.
Rescató sus dos vidas simultáneamente
y eso le destruyó. Coincido, entonces,
en que su verdadera naturaleza estaba
mejor expresada por la maldad de Hyde.
Jekyll: ¿Y usted?
Rodion: Yo pasé por varias
etapas: pecado, tormento de culpa y
confesión redentora, lo que es lo mismo
que decir que morí y resucité en una
vida nueva y pura. Por supuesto que pasé
por el purgatorio helado de Siberia, los
rusos estamos rodeados de hielo, hasta
nuestro infierno es una pira de nieve
(risas de todos).
Castel: Es cierto, es cierto,
ustedes, los rusos, si no se atormentan,
no viven, y si es en Siberia, mejor.
Rosas: Usted, amigo Castel, no
puede burlarse de Rodion por su
tormento, pues se le veía más que
consternado allá abajo. Creo que se le
fue la mano con lo de su novia. Y se lo
digo yo, que también abusé del puñal.
Castel: Locura de celos,
Restaurador, algo de lo que usted no
sabe nada porque la única pasión que
sintió fue por el poder público. Por
supuesto, María Iribarne no se merecía
eso, es más, tampoco se merecía el
hecho de haber conocido una rata como
yo.
Rosas: Usted estaba muy solo,
tampoco se culpe tanto. El problema es
que sujetos como usted no están
preparados para la existencia. Siempre
viendo cada llaga del mundo, como si eso
infectara todo, cada imperfección
humana como una justificación para
prender fuego el planeta. Usted es un
idealista, mi amigo, y eso es una
enfermedad mortal del espíritu. Acepte
de una vez que la gente no es perfecta,
tampoco usted. Si tiene que sacarse a un
enemigo de encima, vaya y pase, pero
acuchillar a una chica inocente, que,
además, le quería con locura y que era
la única que entendía aquellas rarezas
que usted pintaba, entonces ya me parece
demasiado.
Castel: Reconozco que es cierto,
pero es que había creído que por fin
ella se entregaría totalmente a mí.
Rosas: (muerto de risa) Ja, ja,
ja, está usted chiflado, Castelito,
totalmente chiflado... Entrega total, de
una mujer, por favor, no me haga reír.
Se ve que no llegó a conocer allá
abajo, nada de la naturaleza femenina.
¡Si habré sido engañado por chinitas
a las que creía conmigo en fidelidad
completa!
Rodion: Sus sarcasmos,
Restaurador, no se aplican a mi Sonia, y
le reto a que encuentre en ella esa
misma promiscuidad que su harén de la
pampa.
Rosas: No quise ofender a nadie,
pero es cierto, su Sonia es una de esas
chicas que le fastidian a uno cualquier
crítica de la mujer en su conjunto.
Abnegada, baja con usted a esa heladera
maldita que tienen ustedes en el norte y
le espera varios años para hacerle su
sopita de papas. Es cierto, no puedo
discutirlo. Por supuesto que su vida
anterior no es culpa de ella, sino del
cretino de su padre. Prostituirla para
emborracharse, qué bajeza infinita, y
se lo digo yo, que escupí sobre todo
prejuicio de moralina.
Rodion: Eso pensaba, se lo
agradezco.
Castel: María tampoco era mala,
era yo el que andaba casi al borde del
delirio con esa cosa de analizar cada
palabra, de interpretar todo gesto.
El pensamiento es una lacra, una
enfermedad del espíritu, en especial
cuando las cosas elementales se revisten
de una complejidad insostenible. Me
refiero al amor.
Jekyll: Perdió su oportunidad,
Castel, pues esa chica le amaba. De
todos modos, lo envidio, pues mi vida
fue más solitaria aún. Con todo eso de
la elevación de la ciencia, del espíritu.
Creo que perdí casi toda mi vida en una
soledad lamentable. Sólo Hyde me arrancó
de eso, por cierto que del peor de los
modos. Pero esas tabernas de los
suburbios, esas mujeres, eso sí que
valió la pena.
Rosas: Hombre, es que esa idea de
estar siempre casto... Ustedes, los
europeos, son capaces de enloquecer al más
pintado. ¡Qué bien hacía yo en
inclinarme por la América! Y usted,
Meursault, ¿no dice nada para defender
a los suyos?
Meursault: Sigo tan desinteresado
como cuando estaba arriba.
Rosas: Usted y Castel son un
caso, un verdadero caso; usted con esa
indiferencia hacia todo y él con esa
idea de que vivía dentro de un túnel
solitario y oscuro. Por favor, por
favor, y me critican a mí porque tomaba
lo que se me antojaba y lo que no me lo
daban lo quitaba a la fuerza.
Rodion: Esa idea de superioridad,
de arrebatar por derecho sin medir las
consecuencias me hizo un terrible mal.
No se la recomiendo a nadie.
Rosas: Porque usted es un
proyecto abortado de hombre superior,
Rodion, usted como superhombre es un
fracaso, con toda esa culpa y esas
cavilaciones de conciencia. A mí me
critican por sanguinario, pero ustedes
trataron de ser como yo por un instante,
pero sin entereza, con miedo, con
remordimiento, y eso les llevó a la
ruina. La superioridad no puede
simularse, ni proclamarse con palabrerío
estéril.
Rodion: Se equivoca, Restaurador,
lo de la superioridad era nada más que
una pose. Lo que me enloqueció
realmente fue que mi madre pactara aquel
matrimonio maldito de mi hermana con ese
pedantuelo ricachón a quien ella no
quería, sólo para poder seguir enviándome
unos rublos al año.
Rosas: Si usted va a pasársela
buscando la causa de su locura, tenemos
para rato. Pero créame que lo entiendo,
cualquiera enloquece con tanta humillación,
arrodillándose por cada centavo. Yo
mismo, en mi exilio en Inglaterra, viví
algo de eso, y créame, no me gustó
para nada.
Rodion: Sin embargo, las
humillaciones y la pérdida de poder político
le obligaron a usted a dejar de matar, y
a mí me empujaron al crimen y a la
tragedia.
Rosas: Seamos francos, Rodion, es
que usted, como criminal, resultaba un
verdadero pusilánime; se lo digo con
todo respeto, pero un verdadero nene de
pecho. Lo mejor que le pudo pasar es que
su carrera terminara con su único doble
crimen. No hizo más que desastres,
desprolijidades, era un mono con una
navaja, hijo mío.
Jekyll: (se ríe) No se ofenda,
pero el gobernador tiene razón. Usted,
al momento del asesinato, resultó un
improvisado total. Por un lado, tuvo que
matar a la hermana de su prestamista, a
quien no tenía intención de asesinar;
además, salió de aquel departamento
libre por pura casualidad, casi por
milagro.
Rodion: Tengo que admitir que es
cierto; pobrecita Isabel, a ella sí que
no hubiera querido tocarla. También es
cierto que fui un imbécil completo.
Realmente, nunca vi peor planificación
de un homicidio que la mía.
Rosas: La verdad es que usted y
Castel me dan una pena terrible, porque,
en realidad, fueron dos buenos chicos,
mas víctimas que verdugos, metidos de
golpe en terribles estofados. Para este
tema, hay que tener vocación y agallas,
no es para todo el mundo, m'hijo.
Siempre se mete mucho improvisado a
meter mano, y después no sabe cómo
desenredarse.
Castel: Es cierto, yo nunca tuve
vocación real de criminal. No puedo
negar que viví envenenado, lleno de
rabia hacia la humanidad completa; pero
tampoco tuve intenciones de ocultar mi
crimen, al contrario, creo que confesar
de inmediato me liberó por completo,
fue como si hubiera podido decirle al
mundo: "Miren lo que hice, empujado
por ustedes, manada de malvados, miren a
lo que me llevaron, yo soy obra de su
indiferencia". No sé explicarlo
mejor, pero eso me liberó de la
enfermedad que tenía, mostrarme
degradado y cruel, eso libera.
Rodion: Es cierto que la única
liberación es la confesión, no hay más
camino que ése para la enfermedad del
espíritu que viene después de la
maldad.
Rosas: (muerto de risa) Eso sí
que está bueno, y me critican cuando
digo que ustedes están chiflados de
remate. Usted, Rodion, es realmente un
caso de escopeta, m' hijo, usted solito
fue llevando a la policía hacia la
pista de su crimen, usted le fue
insinuando la posibilidad de haber
cometido el asesinato, nadie le buscaba,
nadie le seguía la pista, y usted, en
esa taberna, le acercó esas ideas al
oficial de policía. La confesión le
salía por todos los poros, por eso le
digo que sus ideas de que cierta gente
elegida tiene derecho al crimen no son
falsas, sólo que usted se creía una
especie de genio que no era, se creía
una especie de elegido, de rareza
especial de la humanidad que le avalaba
cualquier acto. Las ideas no son falsas,
sólo que no era usted el indicado, ni
mucho menos, para llevarlas adelante.
Castel: ¿Y, en cambio, usted sí,
Restaurador?
Rosas: ¿Le cabe alguna duda? El
tema es que siempre aparece algún
intelectualoide que se cree geniecillo,
hombre selecto de la providencia, libre
de cualquier traba moral y guía de su
tiempo. ¿No se dan cuenta de que el
destino, el genio, está en manos de
gente como yo? ¿De que el solo hecho de
que no me remuerda la conciencia basta
para saber que mi tarea en la Tierra
estaba hecha a mi medida por la
providencia? Que los intelectuales
vuelvan a sus cursillos universitarios,
a relamerse entre otros charlatanes que
no toleran la tensión de una obra, que
no toleran el ejercicio de una voluntad
que quiere dominar y que no se avergüenza
de ello.
Jekyll: Le envidio el hecho de
que haya podido realizar una obra,
Restaurador, y es cierto que usted la
llevó adelante; más allá de sus
ambiciones, realizó, según se dice,
una importante tarea política en
vuestra patria. Lo mío era algo mucho más
humilde, mi obra era sencillamente
personal, casi anónima, sólo una
enorme tarea de liberación de la cadena
de la opresión moral. No aspiraba a
ninguna superioridad, me importó un rábano
el hecho de sentirme más que el resto
de mis contemporáneos, solamente
buscaba el placer de hacer lo que se me
ocurriera sin ningún tipo de freno.
Rodion: Reconozco que, por
momentos, no sé explicar por qué, me
sentía injustamente un hombre elegido,
un ser especial. Creo que es una forma
de delirio o algo así, o, a lo mejor,
como un resentimiento, al ver que tantos
mediocres progresaban y podían decidir
sobre sus vidas y las vidas de sus
familias. Es cierto que no poseo una
inteligencia extraordinaria, pero también
es verdad que se me obligó a vivir muy
por debajo de mis posibilidades, sin
poder desarrollarme ni un milímetro.
Creo que la mente necesita crear dos
extremos para poder llegar al centro
saludable.
Rosas: (irónico) Llegar a un
equilibrio saludable... ¿Se dan cuenta
de cómo habla? No existe ningún medio
en la naturaleza, cada ser es lo que es
y nada más. Solamente están los que
viven engañados sobre su naturaleza y
los que se reconocen con valentía.
Usted, Rodion, es un caso patético de
confusión personal y vocacional. Se le
puede excusar un poco por la escasa edad
que tenía, lo que tolera cierta locura,
pero la suya fue demasiado lejos. Ahora,
recién ahora que conversa conmigo, sabe
algo de esos seres elegidos de los que
usted hablaba en sus sesudos artículos.
Su famoso equilibrio es la mediocridad
pedante, ¡eso es! Usted fue un hombre
que se creía demasiado, un lamentable
caso de soberbia sin ningún mérito.
Meursault: Cállese y déjelo en
paz.
(Todos se voltean y miran al Extranjero
que abre la boca después de largo
silencio)
Meursault: Me hace ud. doler la
cabeza, hable menos y más bajo.
Rosas: Al menos por esas
dolencias logra ud. reaccionar para
decirnos algo.
Meursault: ¿Que quiere que le
diga? Me hastía todo, como cuando vivía.
No entiendo, no entendí nunca a los que
me rodeaban.
Rosas: Vayamos por partes mi buen
amigo. Ud. al igual que los que esdtamos
acá es un asesino, en su caso condenado
a muerte por la justicia. Por lo que
sabemos, su crimen es tan cruento por la
falta de causa. A ver, ese hombre en la
playa no tenía ningún asunto con
usted, además de la gresca con su
amigote. Usted le pegó cuatro tiros sin
despeinarse.
Jekyll: Por lo que parece, no tenía
usted verdaderos motivos, así que
seguramente su necesidad de matar viene
por otro lado. ¿Me equivoco?
Meursault: No.
Rosas: Muy expansivo, muy
expresivo de su parte. Esmérese en la
conversación, o nos fastidiará a todos
el día.
Meursault: Usted, doctor, se
equivoca cuando habla de necesidad de
matar; esas expresiones me hacen
recordar mi juicio, donde me
convirtieron en una especie de monstruo.
No pudieron entender que no existía esa
necesidad, ni ésa ni ninguna otra,
porque a mí me importaba todo un rábano,
y créame que digo "todo".
Castel: No puedo creerle que no
había nada que le importara. Para mí,
que me preocupaba por todo, por mí, por
la marcha de la humanidad y por cada
insignificancia, su mundo me es
completamente extraño.
Meursault: Su opinión no me
agrega nada, pero lo que le puedo decir
es que si no fuera por lo del árabe de
la playa, yo hubiera podido seguir
tranquilamente sin ser molestado por
nadie.
Rodion: ¿Por qué le disparó
entonces? Eso es lo que no se entiende.
El hombre había sido prepotente antes,
pero en ese momento, sólo estaba
parado, y usted con un arma.
Meursault: ¿No entiende que me
daba lo mismo? Me daba lo mismo.
Rosas: Otro que no le encontró
el gusto a la vida.
Meursault: En la celda se lo
encontré, pero, al mismo tiempo, no
pude separarlo del hecho siniestro de
tener que morir, en cinco minutos o en
veinte años, pero había que morir.
Entonces me daba todo lo mismo.
Rosas: Mi querido Meursault,
ahora lo empiezo a entender.
Castel: ¿Usted sí? Yo sigo en
ascuas.
Rosas: Permítame, porque para
tasar el quilate de un alma vine a este
mundo. ¿Usted dice que, porque nos
morimos, tarde o temprano, pero nos
morimos, no tiene valor la vida?
Meursault: Sí.
Rosas: Ése es un argumento de lo
más imbécil. Imbécil y patético.
Usted, como Rodion, es de esa clase de
mentes contaminadas por una superioridad
enferma. En su caso, no aguanta la
limitación natural que tiene la vida.
¿Pero por eso deja uno de poder
intrigar en política, competir en
astucia, hacer la guerra en triunfo y
otros placeres igualmente deleitables?
¿Porque uno muera no puede disfrutar de
las mujeres, de tomar largos mates al
sol o de cabalgar por el desierto? Me
importó un rábano que se terminara, al
contrario, por eso disfruté cada minuto
de la vida. Y usted, mi pequeño amigo,
le perdió el gusto a las cosas, se
amargó su fruto en la plenitud de su
juventud, su carácter, debo decir, se
descompuso destilando líquidos
envenenados. De nuevo, le digo, ud.
tampoco debería haber matado a nadie, a
lo sumo, pegarse asi mismo un buen golpe
de arcabuz para dejar en paz a todo el
resto (se levanta agitado de su
escritorio y camina alterado por la
sala).
Castel: Me parece increible, pero
el restaurador ha perdido su mitológica
flema y su sangre enfriada.
Rosas: Me sacan de quicio estas
personalidades extrañas. Reconozco mis
defectos y maldades, pero, al menos, viví
como un hombre y no como un poste de
alambrado. Ese Meursault, ese Meursault
me descompone, créame que si lo hubiera
escuchado estando vivo, le habría
mandado a degollar.
Castel: Ésa es su fe,
Restaurador, incluso al que no le gusta
vivir quiere mandar a matar. Ese impulso
lo pinta entero.
Jekyll: El problema es que
Meursault no tiene la culpa. ¿O usted
cree que esa concepción del mundo se
maneja a voluntad?
Rodion: Además, está el tema de
su vida vacía; él solamente va y viene
de la oficina a su casa, cocina y
duerme. Yo también viví esa vacuidad
constante, eso enloquece a cualquiera.
Jekyll: Permítame que continúe,
Rodion, porque si se tratara sólo de la
inutilidad de la existencia, no habría
tendero, oficinista o parlamentario que
no matara al primero que se le cruce. El
pobre Meursault tuvo, sin duda, alguna
enfermedad del espíritu, que, por
supuesto, no pudo, por su complejidad,
ser detectada por sus contemporáneos.
Castel: ¿A qué se refiere? Sigo
sin entender por qué le dice enfermo,
cuando razona y analiza todo con una
calma envidiable.
Jekyll: Pero son sus emociones
las que están trastocadas del todo.
Nuestro amigo no es un loco propiamente
dicho, pero tampoco es un hombre. Su
vida emotiva es un desierto. ¿O no
vieron la forma en que decide casarse?
Su novia le pregunta si lo ama y él le
dice que no, pero que le da lo mismo
tomarla por esposa. ¿Hace falta agregar
algo? Dejemos lo del árabe.
Rodion: Lo que ud. dice no carece
de lógica, pero es una enfermedad extraña.
¿Cree que hicieron entonces mal en
ahorcarlo?
Jekyll: Por supuesto, mi amigo,
por supuesto, pues más bien estaba para
el hospital de enfermedades nerviosas.
Rosas: Si fuera cosa de
hospitales, me parece que todos uds. están
para merecer una cama. Lo digo con todo
respeto por ud. doctor, pero ¿le parece
que merece éste infeliz de Meursault
tanta clemencia, tanto buscarle el pelo
al huevo? Mi idea es que esa locura de
la que ud. habla es un recurso de
letrado barato. Todos sabemos lo que
hacemos, todos tuvimos nuestros buenos
motivos para matar. ¿Por qué intenta
quitarle responsabilidad a él hablando
sobre no sé qué enfermedad que elimina
los sentimientos? Usted, francesito, me
repugna tanto como sus compatriotas que
me bloqueaban el puerto de Buenos Aires
con su marina de guerra.
(Meursault, impasible pero decidido,
quita la espada que Rosas tiene en la
pared y, antes de que nadie reaccione,
la desenvaina y se la clava de lado a
lado del pecho. Después de un momento
de estupor y pánico, todos se miran y
se ríen a carcajadas, pues ha punzado
una sombra. El extranjero vuelve a
sentarse en su rincón).
Rosas: (muerto de risa) ¿Ve lo
que le digo, doctor? ¿Se da cuenta de
lo malo que es este gaucho? Si fuera
como usted dice, si no tuviera capacidad
de emocionarse, ¿qué lo llevo a
clavarme la espada?
Jekyll: (abochornado) Reconozco
que el acto de matar implica una
motivación emocional, pero, en líneas
generales, me refería a eso, no aparece
esto, o más bien, parece que estuviera
dañado...
Castel: Además, doctor, un
asunto: puede que alguien no sienta nada
por nadie, ni amor ni odio, sino pura
indiferencia; pero entonces, ¿por qué
matar? ¿Por qué no meterse simplemente
en el caparazón de la ostra y dejar que
el mundo siga su marcha? A veces me
hubiera gustado poder lograr un gramo de
esa distancia.
Rodion: Creo que en eso que
comenta, el extranjero y yo somos
parecidos. Me explico: no alcanza únicamente
con saber las cosas; pongamos la cuestión
de que, en realidad, vivir y no vivir,
en el fondo, es lo mismo. Además, hay
que hacer que los demás lo sepan. Creo
que Meursault intentó justamente esto,
mostrar que da todo lo mismo, hasta algo
tan repugnante y vil como asesinar con
varios disparos a un hombre indefenso.
En definitiva, me pasaba a mí cuando
quería confesar todo... Es cierto, es
cierto... la confesión también libera,
pero es como si, en el fondo, la única
forma de lograr la serenidad fuera que
los demás conocieran el desprecio que
se les tenía. Y para mí la forma de
mostrarlo también fue el asesinato.
Castel: Y para mí, pero eso no
responde a mi pregunta. ¿Por qué no se
quedó en el molde, Meursault?
Jekyll: La misma pregunta vale
entonces para usted, Castel, ¿o me va a
decir ahora que es un santo?
Castel: En absoluto. Confesé mis
enormes defectos desde la primera página
de mi cuaderno de memorias, pero lo que
digo es esto. Yo estaba rabioso, cegado
de celos, defraudado. En el momento en
que ocurrió lo de la pobre María,
estaba en una tormenta emocional. Pero
nuestro amigo Meursault permanecía frío
como una langosta. En esto se parece al
Restaurador, pero, al menos, él siempre
tenía la posibilidad de argumentar una
necesidad política en su crimen. Él,
en cambio, nada de nada. Creo que algún
día el crimen de ese árabe en la playa
se recordará como el crimen de Cristo.
No se rían, no se rían. Aquel pobre
diablo también murió como el Nazareno,
para mostrar lo peor de nuestro ser,
para plasmar nuestra ferocidad en un
cuadro pintado con su sangre. Pero todo
eso, me refiero a la maldad, al egoísmo,
a la traición, parece superado en
nuestro Meursault. Ni violencia, ni odio
ni nada. Aquel árabe murió para
mostrar al mundo la indiferencia más
completa, la ausencia total de
emociones, la nada del odio y del amor.
Ése es Meursault, según lo entiendo
ahora. La encarnación de la nada del
hombre.
Rodion: O sea que, si antes se
nos dio una religión que era la negación
del odio y la exaltación del amor, ¿ahora
necesitamos una fe que nos saque de la
ausencia emocional?
Castel: Exacto. Me temo que la
enfermedad del espíritu es, en este
caso, el vacío, y dudo realmente que se
pueda salir de él sin un sistema,
religioso o filosófico, llámele como
quiera. Tal vez el mundo esté ahora
poblado de Meursaults, en diferente
grado, en sutiles matices, pero
similares en esencia. Y les digo más,
la mayoría de los que estamos aquí
fuimos infectados por este mal.
Rodion: Por supuesto, pero sentir
el abismo al buscar sentido en el
existir pareciera ser una condición
normal en el hombre, más que una
enfermedad.
Jekyll: Si me permite, como médico
le recuerdo que justamente la enfermedad
es muchas veces la exacerbación de un
proceso normal. Es decir, algo que en
una proporción es saludable, en otra es
mortal.
Castel: Exacto. Creo que pasa por
una cuestión de proporción. Es
comprensible sentir algo de vacío
cuando uno es poco más que un punto
parado en otro punto, que gira en un
universo inmenso hacia ningún lado,
pero, al mismo tiempo, en general
aparece el anticuerpo para esa idea,
como decía el Restaurador, uno sale, se
divierte, lee o pinta. Uno se olvida, la
mayor parte del tiempo, uno se olvida de
lo siniestro de la condición humana, de
su desamparo. Pero nuestro pobre
Meursault está con el asunto de nuestra
pequeñez todo el santo día. Va al cine
y vuelve, prepara la cena y habla con su
vecino. Pero lo que en general a
cualquiera le distrae a él le aumenta
el vacío. Entonces, lo único que le
queda, como siempre ocurre con las cosas
que no tienen solución, es mostrarlo,
contar de alguna forma el suplicio de
vacío en que se encuentra.
Continuará...
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