Asesinos de Novela
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DIÁLOGOS INFERNALES


Rosas, Dr. Jekyll, Castel, Raskolnikov y Meursault se encuentran para hablar de sus crímenes en una caverna del Hades. Es el despacho infernal del Restaurador, y un cuadro de él con la banda de gobernador de Buenos Aires está clavado en la roca delante de su escritorio. Raskolnikov, acongojado y enrojeciendo, amilanado ante un hombre tan importante, camina nervioso por el cuarto. Meursault se sienta con completa indiferencia y juega distraído con un alfiler que levantó del suelo. Castel mira con odio a Don Juan Manuel y a la pompa con que se adorna incluso en el más allá, y el doctor Jekyll susurra al oído del pintor lo bien que le vendría adoptar una actitud más serena después de muerto.

Rosas: Señores, me honráis con vuestra presencia, y dado que tenemos todos la eternidad por delante, quiero que, en amena conversación, podamos cada uno rememorar nuestras hazañas en la Tierra, no con el fin de enmendarlas, que ya es tarde, sino de entretener el paso infinito de las horas muertas que nos enfrentan con un tedio interminable.

Castel: No alcanzaría siquiera la eternidad si usted hiciera una enumeración somera de sus asesinatos y maldades. Sería necesaria una eternidad aún más larga.

Rosas: Veo que ha creído las calumnias de mis enemigos, en especial del resentido Faustino Sarmiento, pero sé que usted es un hombre inteligente y que verá también las cosas desde la perspectiva que yo le brinde.

Rodion: Querer entretenerse enumerando maldad, eso le pinta a usted de cuerpo entero. En cuanto a mí, me bastó el desvarío en el que caí luego de mi único crimen para escarmentar para siempre.

Rosas: Es que usted, querido Rodion, no es realmente el hombre para los acontecimientos que le tocaron vivir. A usted le faltó grandeza para soportar sus actos con coraje. Usted, que se creía una suerte de superhombre, resultó después una especie de lauchilla asustada por sus pequeños deslices sanguinarios.

Castel: Es claro que de los que estamos, solamente usted, Restaurador, tuvo vocación de criminal y se sintió a gusto bañando de sangre la patria.
El resto somos nada más que pobres diablos puestos en circunstancias extremas, perdidos en la fragilidad de nuestras pobres mentes.

Jekyll: Tengo que disentir de usted, Castel. Después de larguísimas deambulaciones por estas cavernas, no puedo menos que encontrar similitudes entre mi persona y la del Restaurador. Yo también, yo más que nadie disfruté del poder de mi parte salvaje. Por supuesto que sin tolerarla en mi forma actual. Pero no tenga duda de que Mr. Hyde triunfó sobre esta falsedad que era Jekyll.

Rosas: Además, usted también es un colega en lo del crimen político; recuerdo aquel episodio del parlamentario inglés en el que usted le atacaba con su bastón... admirable, admirable (se ríe entre dientes).

Jekyll: Evíteme ese recuerdo, se lo pido, pues seguramente también usted querrá evitar hablar de un tal Facundo Quiroga (mira de reojo a Rosas).

Rosas: (tosiendo) De su muerte también se me acusa.

Castel: (irónico) Sin motivo, seguramente.

Rosas: (grave) Han tejido sobre mí una leyenda negra, y no hay forma de defenderse de las habladurías del populacho inculto de la pampa.

Rodion: No sólo del de las pampas, señor Restaurador. Créame que la charlatanería del pueblo es siniestra en todas partes, aunque yo pueda referirle sólo lo de San Petesburgo y Moscú.

Rosas: Usted, mi amigo, cometió un solo delito en el mundo, y es el de habérselo tomado demasiado en serio. Dígame, si no, qué eran esas caminatas que hacía como enloquecido por la ciudad. ¿Qué es eso de pasearse como loco por San Petesburgo, pensando todo el tiempo rarezas y locuras? Créame, a usted le haría bien la pampa, cabalgar al sol, matar una vaca y asarla sobre los campos. Su pueblo enloqueció con tanta nieve y tanta sopa de papas que parece barro.

Rodion: Aunque parezca increíble, es cierto lo que dice. Quién sabe las cosas que pueden evitarse si uno desayuna todos los días y se broncea al aire libre. ¿Usted vio lo que era aquella buhardilla en la que vivía?

Castel: Y lo que era esa vida suya, siempre al borde de la enfermedad.

Jekyll: Como médico, coincido, el aire malsano de San Petesburgo y una alimentación deficiente pueden producir, sin duda, enfermedad mental.

Rosas: Pero, además, toda esa filosofía, hombre, todo ese desvarío de lecturas. Como para no perder la cabeza con tanto libro. Por eso le digo, m' hijo, tómese la madrugada para cabalgar, como lo hacía yo, a rienda suelta por los campos. Eso a uno le hace sentir hombre de veras.

Castel: También le hizo sentir a usted hombre de veras el mandar a degollar a cualquiera que no se pusiera la cinta colorada con su escudo; mandar a untar el pelo de jovencitas en brea por sus mazorqueros, por no haber dado con ganas el "viva el Restaurador". Usted no es igual que nosotros, don Rosas, usted es el único con vocación de homicida, para usted el asesinato es simplemente una acción política, sacarse de encima un rival.

Rosas: Debería usted haber vivido en esos tiempos, mi amigo, en que se pelaba a lanza y a cuchillo, en que se disciplinaba a la peonada sólo por saber manejar mejor el facón y ser mejor jinete. Usted, con esa pretensión intelectualoide, es el producto enfermo de las ideas europeas, usted tiene el mismo mal que Raskolnikov y que aquél (señala a Meursault, que sigue arrinconado). No saben para qué viven, ni cuál es el sentido de lo que hacen, no tienen noción de sus capacidades, tan encerrados en ustedes mismos, y en sus timideces y pensamientos enroscados. Yo fui el mejor jinete de la pampa, yo fui el caudillo más astuto, y maté para que no me mataran. Yo fui un hombre, y ustedes fueron sólo caviladores insensatos.

Rodion: No coincido con eso, Restaurador; créame que no era hombre, pero lo fui cuando experimenté esa culpa extrema por mi homicidio. Allí tomé conciencia de mi humanidad, de mi compromiso con el prójimo.

Rosas: Bobadas, bobadas. Le digo que tienen el mal europeo, la peste que propagaron mis enemigos, el canalla de Sarmiento, Rivadavia y tantos más. Llenarse la boca hablando de civilización, llenarse la boca con la cultura y el espíritu. Así les enfermó a ustedes el hecho de creerse por encima de cualquier hombre por tener nada más que algunas ideas bonitas.

Jekyll: Don Rosas habla con sabiduría. Yo mismo veo ahora con claridad la enorme falsedad que fue mi vida como Jekyll y la enorme liberación que representó la aparición de Hyde. La civilización, mis veladas culturales a la luz de la chimenea tomando el té, todo eso era lo que me enfermaba. Mi vida estaba más bien en los arrabales de Londres y en el vértigo de la violencia sin límites. Hyde estaba enfermo de Jekyll, y no al revés. El monstruo era el elegante doctor y no el asesino salvaje que liberé con mi pócima.

Rodion: Jekyll no pudo contener a Hyde, pues le faltó amor por la humanidad, amor por el bien y la pureza. Usted no pudo superar la duplicidad, la convivencia de fuerzas antagónicas. Rescató sus dos vidas simultáneamente y eso le destruyó. Coincido, entonces, en que su verdadera naturaleza estaba mejor expresada por la maldad de Hyde.

Jekyll: ¿Y usted?

Rodion: Yo pasé por varias etapas: pecado, tormento de culpa y confesión redentora, lo que es lo mismo que decir que morí y resucité en una vida nueva y pura. Por supuesto que pasé por el purgatorio helado de Siberia, los rusos estamos rodeados de hielo, hasta nuestro infierno es una pira de nieve (risas de todos).

Castel: Es cierto, es cierto, ustedes, los rusos, si no se atormentan, no viven, y si es en Siberia, mejor.

Rosas: Usted, amigo Castel, no puede burlarse de Rodion por su tormento, pues se le veía más que consternado allá abajo. Creo que se le fue la mano con lo de su novia. Y se lo digo yo, que también abusé del puñal.

Castel: Locura de celos, Restaurador, algo de lo que usted no sabe nada porque la única pasión que sintió fue por el poder público. Por supuesto, María Iribarne no se merecía eso, es más, tampoco se merecía el hecho de haber conocido una rata como yo.

Rosas: Usted estaba muy solo, tampoco se culpe tanto. El problema es que sujetos como usted no están preparados para la existencia. Siempre viendo cada llaga del mundo, como si eso infectara todo, cada imperfección humana como una justificación para prender fuego el planeta. Usted es un idealista, mi amigo, y eso es una enfermedad mortal del espíritu. Acepte de una vez que la gente no es perfecta, tampoco usted. Si tiene que sacarse a un enemigo de encima, vaya y pase, pero acuchillar a una chica inocente, que, además, le quería con locura y que era la única que entendía aquellas rarezas que usted pintaba, entonces ya me parece demasiado.

Castel: Reconozco que es cierto, pero es que había creído que por fin ella se entregaría totalmente a mí.

Rosas: (muerto de risa) Ja, ja, ja, está usted chiflado, Castelito, totalmente chiflado... Entrega total, de una mujer, por favor, no me haga reír. Se ve que no llegó a conocer allá abajo, nada de la naturaleza femenina. ¡Si habré sido engañado por chinitas a las que creía conmigo en fidelidad completa!

Rodion: Sus sarcasmos, Restaurador, no se aplican a mi Sonia, y le reto a que encuentre en ella esa misma promiscuidad que su harén de la pampa.

Rosas: No quise ofender a nadie, pero es cierto, su Sonia es una de esas chicas que le fastidian a uno cualquier crítica de la mujer en su conjunto. Abnegada, baja con usted a esa heladera maldita que tienen ustedes en el norte y le espera varios años para hacerle su sopita de papas. Es cierto, no puedo discutirlo. Por supuesto que su vida anterior no es culpa de ella, sino del cretino de su padre. Prostituirla para emborracharse, qué bajeza infinita, y se lo digo yo, que escupí sobre todo prejuicio de moralina.

Rodion: Eso pensaba, se lo agradezco.

Castel: María tampoco era mala, era yo el que andaba casi al borde del delirio con esa cosa de analizar cada palabra, de interpretar todo gesto.
El pensamiento es una lacra, una enfermedad del espíritu, en especial cuando las cosas elementales se revisten de una complejidad insostenible. Me refiero al amor.

Jekyll: Perdió su oportunidad, Castel, pues esa chica le amaba. De todos modos, lo envidio, pues mi vida fue más solitaria aún. Con todo eso de la elevación de la ciencia, del espíritu. Creo que perdí casi toda mi vida en una soledad lamentable. Sólo Hyde me arrancó de eso, por cierto que del peor de los modos. Pero esas tabernas de los suburbios, esas mujeres, eso sí que valió la pena.

Rosas: Hombre, es que esa idea de estar siempre casto... Ustedes, los europeos, son capaces de enloquecer al más pintado. ¡Qué bien hacía yo en inclinarme por la América! Y usted, Meursault, ¿no dice nada para defender a los suyos?

Meursault: Sigo tan desinteresado como cuando estaba arriba.

Rosas: Usted y Castel son un caso, un verdadero caso; usted con esa indiferencia hacia todo y él con esa idea de que vivía dentro de un túnel solitario y oscuro. Por favor, por favor, y me critican a mí porque tomaba lo que se me antojaba y lo que no me lo daban lo quitaba a la fuerza.

Rodion: Esa idea de superioridad, de arrebatar por derecho sin medir las consecuencias me hizo un terrible mal. No se la recomiendo a nadie.

Rosas: Porque usted es un proyecto abortado de hombre superior, Rodion, usted como superhombre es un fracaso, con toda esa culpa y esas cavilaciones de conciencia. A mí me critican por sanguinario, pero ustedes trataron de ser como yo por un instante, pero sin entereza, con miedo, con remordimiento, y eso les llevó a la ruina. La superioridad no puede simularse, ni proclamarse con palabrerío estéril.

Rodion: Se equivoca, Restaurador, lo de la superioridad era nada más que una pose. Lo que me enloqueció realmente fue que mi madre pactara aquel matrimonio maldito de mi hermana con ese pedantuelo ricachón a quien ella no quería, sólo para poder seguir enviándome unos rublos al año.

Rosas: Si usted va a pasársela buscando la causa de su locura, tenemos para rato. Pero créame que lo entiendo, cualquiera enloquece con tanta humillación, arrodillándose por cada centavo. Yo mismo, en mi exilio en Inglaterra, viví algo de eso, y créame, no me gustó para nada.

Rodion: Sin embargo, las humillaciones y la pérdida de poder político le obligaron a usted a dejar de matar, y a mí me empujaron al crimen y a la tragedia.

Rosas: Seamos francos, Rodion, es que usted, como criminal, resultaba un verdadero pusilánime; se lo digo con todo respeto, pero un verdadero nene de pecho. Lo mejor que le pudo pasar es que su carrera terminara con su único doble crimen. No hizo más que desastres, desprolijidades, era un mono con una navaja, hijo mío.

Jekyll: (se ríe) No se ofenda, pero el gobernador tiene razón. Usted, al momento del asesinato, resultó un improvisado total. Por un lado, tuvo que matar a la hermana de su prestamista, a quien no tenía intención de asesinar; además, salió de aquel departamento libre por pura casualidad, casi por milagro.

Rodion: Tengo que admitir que es cierto; pobrecita Isabel, a ella sí que no hubiera querido tocarla. También es cierto que fui un imbécil completo. Realmente, nunca vi peor planificación de un homicidio que la mía.

Rosas: La verdad es que usted y Castel me dan una pena terrible, porque, en realidad, fueron dos buenos chicos, mas víctimas que verdugos, metidos de golpe en terribles estofados. Para este tema, hay que tener vocación y agallas, no es para todo el mundo, m'hijo. Siempre se mete mucho improvisado a meter mano, y después no sabe cómo desenredarse.

Castel: Es cierto, yo nunca tuve vocación real de criminal. No puedo negar que viví envenenado, lleno de rabia hacia la humanidad completa; pero tampoco tuve intenciones de ocultar mi crimen, al contrario, creo que confesar de inmediato me liberó por completo, fue como si hubiera podido decirle al mundo: "Miren lo que hice, empujado por ustedes, manada de malvados, miren a lo que me llevaron, yo soy obra de su indiferencia". No sé explicarlo mejor, pero eso me liberó de la enfermedad que tenía, mostrarme degradado y cruel, eso libera.

Rodion: Es cierto que la única liberación es la confesión, no hay más camino que ése para la enfermedad del espíritu que viene después de la maldad.

Rosas: (muerto de risa) Eso sí que está bueno, y me critican cuando digo que ustedes están chiflados de remate. Usted, Rodion, es realmente un caso de escopeta, m' hijo, usted solito fue llevando a la policía hacia la pista de su crimen, usted le fue insinuando la posibilidad de haber cometido el asesinato, nadie le buscaba, nadie le seguía la pista, y usted, en esa taberna, le acercó esas ideas al oficial de policía. La confesión le salía por todos los poros, por eso le digo que sus ideas de que cierta gente elegida tiene derecho al crimen no son falsas, sólo que usted se creía una especie de genio que no era, se creía una especie de elegido, de rareza especial de la humanidad que le avalaba cualquier acto. Las ideas no son falsas, sólo que no era usted el indicado, ni mucho menos, para llevarlas adelante.

Castel: ¿Y, en cambio, usted sí, Restaurador?

Rosas: ¿Le cabe alguna duda? El tema es que siempre aparece algún intelectualoide que se cree geniecillo, hombre selecto de la providencia, libre de cualquier traba moral y guía de su tiempo. ¿No se dan cuenta de que el destino, el genio, está en manos de gente como yo? ¿De que el solo hecho de que no me remuerda la conciencia basta para saber que mi tarea en la Tierra estaba hecha a mi medida por la providencia? Que los intelectuales vuelvan a sus cursillos universitarios, a relamerse entre otros charlatanes que no toleran la tensión de una obra, que no toleran el ejercicio de una voluntad que quiere dominar y que no se avergüenza de ello.

Jekyll: Le envidio el hecho de que haya podido realizar una obra, Restaurador, y es cierto que usted la llevó adelante; más allá de sus ambiciones, realizó, según se dice, una importante tarea política en vuestra patria. Lo mío era algo mucho más humilde, mi obra era sencillamente personal, casi anónima, sólo una enorme tarea de liberación de la cadena de la opresión moral. No aspiraba a ninguna superioridad, me importó un rábano el hecho de sentirme más que el resto de mis contemporáneos, solamente buscaba el placer de hacer lo que se me ocurriera sin ningún tipo de freno.

Rodion: Reconozco que, por momentos, no sé explicar por qué, me sentía injustamente un hombre elegido, un ser especial. Creo que es una forma de delirio o algo así, o, a lo mejor, como un resentimiento, al ver que tantos mediocres progresaban y podían decidir sobre sus vidas y las vidas de sus familias. Es cierto que no poseo una inteligencia extraordinaria, pero también es verdad que se me obligó a vivir muy por debajo de mis posibilidades, sin poder desarrollarme ni un milímetro. Creo que la mente necesita crear dos extremos para poder llegar al centro saludable.

Rosas: (irónico) Llegar a un equilibrio saludable... ¿Se dan cuenta de cómo habla? No existe ningún medio en la naturaleza, cada ser es lo que es y nada más. Solamente están los que viven engañados sobre su naturaleza y los que se reconocen con valentía. Usted, Rodion, es un caso patético de confusión personal y vocacional. Se le puede excusar un poco por la escasa edad que tenía, lo que tolera cierta locura, pero la suya fue demasiado lejos. Ahora, recién ahora que conversa conmigo, sabe algo de esos seres elegidos de los que usted hablaba en sus sesudos artículos. Su famoso equilibrio es la mediocridad pedante, ¡eso es! Usted fue un hombre que se creía demasiado, un lamentable caso de soberbia sin ningún mérito.

Meursault: Cállese y déjelo en paz.

(Todos se voltean y miran al Extranjero que abre la boca después de largo silencio)
Meursault: Me hace ud. doler la cabeza, hable menos y más bajo.

Rosas: Al menos por esas dolencias logra ud. reaccionar para decirnos algo.

Meursault: ¿Que quiere que le diga? Me hastía todo, como cuando vivía. No entiendo, no entendí nunca a los que me rodeaban.

Rosas: Vayamos por partes mi buen amigo. Ud. al igual que los que esdtamos acá es un asesino, en su caso condenado a muerte por la justicia. Por lo que sabemos, su crimen es tan cruento por la falta de causa. A ver, ese hombre en la playa no tenía ningún asunto con usted, además de la gresca con su amigote. Usted le pegó cuatro tiros sin despeinarse.

Jekyll: Por lo que parece, no tenía usted verdaderos motivos, así que seguramente su necesidad de matar viene por otro lado. ¿Me equivoco?

Meursault: No.

Rosas: Muy expansivo, muy expresivo de su parte. Esmérese en la conversación, o nos fastidiará a todos el día.

Meursault: Usted, doctor, se equivoca cuando habla de necesidad de matar; esas expresiones me hacen recordar mi juicio, donde me convirtieron en una especie de monstruo. No pudieron entender que no existía esa necesidad, ni ésa ni ninguna otra, porque a mí me importaba todo un rábano, y créame que digo "todo".

Castel: No puedo creerle que no había nada que le importara. Para mí, que me preocupaba por todo, por mí, por la marcha de la humanidad y por cada insignificancia, su mundo me es completamente extraño.

Meursault: Su opinión no me agrega nada, pero lo que le puedo decir es que si no fuera por lo del árabe de la playa, yo hubiera podido seguir tranquilamente sin ser molestado por nadie.

Rodion: ¿Por qué le disparó entonces? Eso es lo que no se entiende. El hombre había sido prepotente antes, pero en ese momento, sólo estaba parado, y usted con un arma.

Meursault: ¿No entiende que me daba lo mismo? Me daba lo mismo.

Rosas: Otro que no le encontró el gusto a la vida.

Meursault: En la celda se lo encontré, pero, al mismo tiempo, no pude separarlo del hecho siniestro de tener que morir, en cinco minutos o en veinte años, pero había que morir. Entonces me daba todo lo mismo.

Rosas: Mi querido Meursault, ahora lo empiezo a entender.

Castel: ¿Usted sí? Yo sigo en ascuas.

Rosas: Permítame, porque para tasar el quilate de un alma vine a este mundo. ¿Usted dice que, porque nos morimos, tarde o temprano, pero nos morimos, no tiene valor la vida?

Meursault: Sí.

Rosas: Ése es un argumento de lo más imbécil. Imbécil y patético. Usted, como Rodion, es de esa clase de mentes contaminadas por una superioridad enferma. En su caso, no aguanta la limitación natural que tiene la vida. ¿Pero por eso deja uno de poder intrigar en política, competir en astucia, hacer la guerra en triunfo y otros placeres igualmente deleitables? ¿Porque uno muera no puede disfrutar de las mujeres, de tomar largos mates al sol o de cabalgar por el desierto? Me importó un rábano que se terminara, al contrario, por eso disfruté cada minuto de la vida. Y usted, mi pequeño amigo, le perdió el gusto a las cosas, se amargó su fruto en la plenitud de su juventud, su carácter, debo decir, se descompuso destilando líquidos envenenados. De nuevo, le digo, ud. tampoco debería haber matado a nadie, a lo sumo, pegarse asi mismo un buen golpe de arcabuz para dejar en paz a todo el resto (se levanta agitado de su escritorio y camina alterado por la sala).

Castel: Me parece increible, pero el restaurador ha perdido su mitológica flema y su sangre enfriada.

Rosas: Me sacan de quicio estas personalidades extrañas. Reconozco mis defectos y maldades, pero, al menos, viví como un hombre y no como un poste de alambrado. Ese Meursault, ese Meursault me descompone, créame que si lo hubiera escuchado estando vivo, le habría mandado a degollar.

Castel: Ésa es su fe, Restaurador, incluso al que no le gusta vivir quiere mandar a matar. Ese impulso lo pinta entero.

Jekyll: El problema es que Meursault no tiene la culpa. ¿O usted cree que esa concepción del mundo se maneja a voluntad?

Rodion: Además, está el tema de su vida vacía; él solamente va y viene de la oficina a su casa, cocina y duerme. Yo también viví esa vacuidad constante, eso enloquece a cualquiera.

Jekyll: Permítame que continúe, Rodion, porque si se tratara sólo de la inutilidad de la existencia, no habría tendero, oficinista o parlamentario que no matara al primero que se le cruce. El pobre Meursault tuvo, sin duda, alguna enfermedad del espíritu, que, por supuesto, no pudo, por su complejidad, ser detectada por sus contemporáneos.

Castel: ¿A qué se refiere? Sigo sin entender por qué le dice enfermo, cuando razona y analiza todo con una calma envidiable.

Jekyll: Pero son sus emociones las que están trastocadas del todo. Nuestro amigo no es un loco propiamente dicho, pero tampoco es un hombre. Su vida emotiva es un desierto. ¿O no vieron la forma en que decide casarse? Su novia le pregunta si lo ama y él le dice que no, pero que le da lo mismo tomarla por esposa. ¿Hace falta agregar algo? Dejemos lo del árabe.

Rodion: Lo que ud. dice no carece de lógica, pero es una enfermedad extraña. ¿Cree que hicieron entonces mal en ahorcarlo?

Jekyll: Por supuesto, mi amigo, por supuesto, pues más bien estaba para el hospital de enfermedades nerviosas.

Rosas: Si fuera cosa de hospitales, me parece que todos uds. están para merecer una cama. Lo digo con todo respeto por ud. doctor, pero ¿le parece que merece éste infeliz de Meursault tanta clemencia, tanto buscarle el pelo al huevo? Mi idea es que esa locura de la que ud. habla es un recurso de letrado barato. Todos sabemos lo que hacemos, todos tuvimos nuestros buenos motivos para matar. ¿Por qué intenta quitarle responsabilidad a él hablando sobre no sé qué enfermedad que elimina los sentimientos? Usted, francesito, me repugna tanto como sus compatriotas que me bloqueaban el puerto de Buenos Aires con su marina de guerra.

(Meursault, impasible pero decidido, quita la espada que Rosas tiene en la pared y, antes de que nadie reaccione, la desenvaina y se la clava de lado a lado del pecho. Después de un momento de estupor y pánico, todos se miran y se ríen a carcajadas, pues ha punzado una sombra. El extranjero vuelve a sentarse en su rincón).

Rosas: (muerto de risa) ¿Ve lo que le digo, doctor? ¿Se da cuenta de lo malo que es este gaucho? Si fuera como usted dice, si no tuviera capacidad de emocionarse, ¿qué lo llevo a clavarme la espada?

Jekyll: (abochornado) Reconozco que el acto de matar implica una motivación emocional, pero, en líneas generales, me refería a eso, no aparece esto, o más bien, parece que estuviera dañado...

Castel: Además, doctor, un asunto: puede que alguien no sienta nada por nadie, ni amor ni odio, sino pura indiferencia; pero entonces, ¿por qué matar? ¿Por qué no meterse simplemente en el caparazón de la ostra y dejar que el mundo siga su marcha? A veces me hubiera gustado poder lograr un gramo de esa distancia.

Rodion: Creo que en eso que comenta, el extranjero y yo somos parecidos. Me explico: no alcanza únicamente con saber las cosas; pongamos la cuestión de que, en realidad, vivir y no vivir, en el fondo, es lo mismo. Además, hay que hacer que los demás lo sepan. Creo que Meursault intentó justamente esto, mostrar que da todo lo mismo, hasta algo tan repugnante y vil como asesinar con varios disparos a un hombre indefenso. En definitiva, me pasaba a mí cuando quería confesar todo... Es cierto, es cierto... la confesión también libera, pero es como si, en el fondo, la única forma de lograr la serenidad fuera que los demás conocieran el desprecio que se les tenía. Y para mí la forma de mostrarlo también fue el asesinato.

Castel: Y para mí, pero eso no responde a mi pregunta. ¿Por qué no se quedó en el molde, Meursault?

Jekyll: La misma pregunta vale entonces para usted, Castel, ¿o me va a decir ahora que es un santo?

Castel: En absoluto. Confesé mis enormes defectos desde la primera página de mi cuaderno de memorias, pero lo que digo es esto. Yo estaba rabioso, cegado de celos, defraudado. En el momento en que ocurrió lo de la pobre María, estaba en una tormenta emocional. Pero nuestro amigo Meursault permanecía frío como una langosta. En esto se parece al Restaurador, pero, al menos, él siempre tenía la posibilidad de argumentar una necesidad política en su crimen. Él, en cambio, nada de nada. Creo que algún día el crimen de ese árabe en la playa se recordará como el crimen de Cristo. No se rían, no se rían. Aquel pobre diablo también murió como el Nazareno, para mostrar lo peor de nuestro ser, para plasmar nuestra ferocidad en un cuadro pintado con su sangre. Pero todo eso, me refiero a la maldad, al egoísmo, a la traición, parece superado en nuestro Meursault. Ni violencia, ni odio ni nada. Aquel árabe murió para mostrar al mundo la indiferencia más completa, la ausencia total de emociones, la nada del odio y del amor. Ése es Meursault, según lo entiendo ahora. La encarnación de la nada del hombre.

Rodion: O sea que, si antes se nos dio una religión que era la negación del odio y la exaltación del amor, ¿ahora necesitamos una fe que nos saque de la ausencia emocional?

Castel: Exacto. Me temo que la enfermedad del espíritu es, en este caso, el vacío, y dudo realmente que se pueda salir de él sin un sistema, religioso o filosófico, llámele como quiera. Tal vez el mundo esté ahora poblado de Meursaults, en diferente grado, en sutiles matices, pero similares en esencia. Y les digo más, la mayoría de los que estamos aquí fuimos infectados por este mal.

Rodion: Por supuesto, pero sentir el abismo al buscar sentido en el existir pareciera ser una condición normal en el hombre, más que una enfermedad.

Jekyll: Si me permite, como médico le recuerdo que justamente la enfermedad es muchas veces la exacerbación de un proceso normal. Es decir, algo que en una proporción es saludable, en otra es mortal.

Castel: Exacto. Creo que pasa por una cuestión de proporción. Es comprensible sentir algo de vacío cuando uno es poco más que un punto parado en otro punto, que gira en un universo inmenso hacia ningún lado, pero, al mismo tiempo, en general aparece el anticuerpo para esa idea, como decía el Restaurador, uno sale, se divierte, lee o pinta. Uno se olvida, la mayor parte del tiempo, uno se olvida de lo siniestro de la condición humana, de su desamparo. Pero nuestro pobre Meursault está con el asunto de nuestra pequeñez todo el santo día. Va al cine y vuelve, prepara la cena y habla con su vecino. Pero lo que en general a cualquiera le distrae a él le aumenta el vacío. Entonces, lo único que le queda, como siempre ocurre con las cosas que no tienen solución, es mostrarlo, contar de alguna forma el suplicio de vacío en que se encuentra.

Continuará...

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