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Texto:
El Extranjero, Albert Camus
Personaje: Meursault.
Delito : homicidio.
Víctima: un árabe a
quien ve en la playa. Podría
simplemente haberlo asustado,
pero lo mata.
Arma: un revólver.
Móvil del crimen: es en
parte inexplicable, tal vez
cierto estado delirante
producido por la mezcla de una
vida vacía y el calor sofocante
en la escena del crimen.
Rasgo de personalidad: el
aislamiento psicológico, la
incapacidad de poner sentido a
su vida. Todos sus actos, sus
pensamientos y su ambiente están
signados por la falta de
sentido.
Clase social: araña la
clase media; vive en un
departamento alquilado, trabaja
en una oficina y come todos los
días. Va al cine y a la playa,
y tiene vecinos insoportables.
Ciudad: Marrakesh, en
Marruecos, calcinada por el sol
y con un clima abúlico de
domingo, con gente que viene y
va de paseo sin que pase nada.
Escena del crimen: una
playa, en las cercanías de una
cabaña a la que fue a pasar el
fin de semana con su mujer y sus
amigos.
Estado interior: ausencia
emocional, las cosas no le van
ni le vienen, las ve pasar. Ni
siquiera llega a ser consciente
del enorme vacío que rodea a su
vida.
Familia: su madre fallece
en el primer capítulo y él,
supuestamente, no da muestra de
emoción alguna durante su
velatorio. Después de esto sólo
le queda su novia, María, sobre
la que cae la misma tierna
indiferencia.
Atenuantes: tiene un
bloqueo emocional que le impide
ver del todo el aspecto dañino
del homicidio. Como ni siquiera
se conmueve ante su madre
muerta, poco o nada podría
hacerlo frente a un desconocido.
Además, el sol y el calor, en
el momento del crimen, producen
en él un estado de obnubilación
de la conciencia.
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ASESINOS
IMPASIBLES
El Mundo de Meursault
"¿Existe algo más aterrador que
un asesino indiferente? Podemos entender
sin dificultad cualquier manifestación
de salvajismo, de bestialidad, nada de
esto es ajeno a nuestra naturaleza y
hasta nos es, en mayor o menor medida,
familiar. Esperamos siempre que un
homicida sea un monstruo, un ser
despiadado y ruin que disfruta de la
crueldad y de la sangre. Pero nos
estremecería pensar que quien está
matando a otro lo hace sin el menor
asomo de interés, sin ninguna clase de
placer morboso, sin esperar ni
beneficio, ni fama, ni venganza. Nos
aterraría pensar que, cada tanto, la
humanidad produce un ser tal que,
caminando entre nosotros, sin poder
notar nada que le distinga de la
multitud que viaja a la oficina, que
hace sus compras en el almacén,
sobrevive en un mundo emocional que roza
la insensibilidad completa. Meursault.
Ése es el nombre de la criatura
imaginada por Albert Camus, ése es el
hombrecillo que conmueve a sus jueces
por no haber llorado, por haber bebido
café con leche delante del cuerpo sin
vida de su madre. Ése es el hombre a
quien le da lo mismo casarse o no con su
dulce novia enamorada, ése es a quien
la lluvia del mundo no moja. Y es tan
vulgar, tan común. Se toma su tranvía,
se prepara sus papitas hervidas para el
almuerzo, va a tomar sol a la playa
procurando aprovechar el reluciente
domingo. Es un tipo del montón, un
diente más del engranaje, no saca nunca
los pies del plato, viviendo una vida
gris en su departamento rodeado de
vecinos amargados que pasean a sus
perritos, que le convidan amablemente
alguna morcilla para la cena, que le
cuentan sus cosillas creyendo que él
les escucha con interés. Y es que es el
interlocutor perfecto para quienes
buscan descargarse, vomitar sus asuntos
sin que se les interrumpa ni se les
contradiga. Meursault les va a decir que
está bien; le digan lo que le digan,
para él estará bien y se mostrará de
acuerdo. Pero así como "el
extranjero" parece dejarse llevar
por la corriente de las cosas sin
inmutarse, se encuentra una tarde de
tenebroso sol radiante con un arma en la
mano frente a un desconocido, sobre
quien descarga una bandada de balas. Y
de nuevo Meursault es el junquillo
flotante sobre la corriente misteriosa
que lo arrastra, de nuevo se deja llevar
por una motivación secreta y lo asesina
sin despeinarse. "Fue por el sol
-dirá más tarde en una explicación
incomprensible-, fue por el sol".
Le convertirán en un monstruo, a
quienes los jueces escrutarán
espantados, tratando de lograr un asomo
de conmoción ante el crucifijo,
tratando de buscar una huella de
remordimiento por haber fumado delante
del cadáver de su madre, tratando de
que entienda que ha matado a alguien de
un modo bestial. Pero el mundo de
Meursault es más remoto que una
estrella. Brilla con su propia luz opaca
y extraña. No sabemos qué resplandores
despide, si es realmente un monstruo, si
es el comensal agradable que describe el
fondista del bar donde come, si sufre de
alguna extraña fiebre nerviosa que le
intoxica de insensibilidad, si es un
iluminado que traspasa la barrera de la
emotividad mediocre, ubicándose más
allá de las cosillas humanas y
mundanales, o si es solamente un
extraviado que no controla sus acciones.
Meursault está allí para no
entenderlo, para contemplarlo en su
lejanía inaccesible. No es más
incomprensible como homicida que como
hombre. Un verdadero laberinto.
Bienvenidos, bienvenidos al mundo de
Meursault".
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